martes, 7 de agosto de 2007

MISHEL

En una de tantas idas y venidas nocturnas mis amigos y yo nos topamos con un alegre grupo de amiguitas. Las tres jovencitas decían ser primas. Durante un par de horas las bromas, los comentarios y las rizas eran el común que nos defendía del frío paceño.

Al llegar la media noche (como Cenicientas modernas) dos de las tres muchachitas se retiraron del lugar. Mishel, la más vivaracha se quedó junto a nosotros. Más tarde se acoplaron algunos de sus amigos y la fiesta continúo en plena calle.

Mishel, quería escapar de su pena con los amigos y varios combos baratos. En un determinado momento ella se me acercó. Hacía frío, aunque por su expresión el frío le salía del alma. ¿Estás bien? Le pregunté, sólo por protocolo pues la respuesta era obvia.

Sonrió y las lágrimas le iban retirando todo el rimel de los ojos. Me partió el corazón. Su pena no era para poco. La casita de cristal en la convivía junto a sus padres quedó rota tras la pedrada de la verdad desnuda. Ella por azares de la vida descubrió a su ejemplar padre entregando parte de su patrimonio sentimental a otra familia.

El impacto emocional sin duda acabó con el ánimo de Mishel. Como apenas nos conocíamos agradecí su confianza. Traté de retribuirle el gesto con lo mejor que podemos hacer en una conversación: Escuchar.

Luego de algún tiempo la vi envuelta en una pelea callejera. Desconozco el desenlace.


No hay comentarios: